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El Proyecto LARA (Latin American Roaming Art) invita anualmente a ocho artistas a participar en una residencia, en una locación específica de un país Latinoamericano. La locación sirve como la inspiración detrás de las obras de cada uno de los artistas y como resultado se realiza una exhibición en el mismo país de la residencia. LARA busca iniciar el discurso, el pensamiento crítico y la interacción con las comunidades locales latinoamericanas a través del concepto de creación por medio de la experiencia. (www.laraproyecto.org)
En esta cuarta versión fui invitada por el curador ecuatoriano Rodolfo Kronfle a la residencia que se realizó en marzo en las islas Galápagos junto con los artistas María José Arjona (Colombia), Emilia Azcarate (Venezuela), Adrián Balseca (Ecuador), Pablo Cardoso (Ecuador), Matías Duville (Argentina) y Manuela Ribadeneira (Ecuador) y a la exposición que se realizará en el Centro de Arte Contemporáneo (CAC) en la ciudad de Quito en septiembre de este mismo año.

Tomar conciencia es un verbo en tiempo presente, eso significa estar de manera permanente mirando adentro y afuera o como estar viviendo en la piel, que tiene esa capacidad multifuncional de proteger, absorber y marcarse.

La experiencia de Galápagos, fue un tiempo fácil para tomar conciencia, liberada de las distracciones de la vida cotidiana, el tránsito entre el interior y el exterior se convirtió en la rutina: reconocimiento de lugares, lecturas, estadías más largas en paisajes increíbles, llenar los cuadernos de dibujos y notas, conversaciones de tarde y largas noches de música hasta que llegaba la hora de dormir.

Y la humedad a todo lo largo de la estadía, fue el hecho físico que marcó el estar presente a través de la piel como umbral de experiencia de todo lo demás.

Los últimos días, tratando de imaginar lo que haría, pensé en la idea del contacto pero después pensé que era más una cuestión de tacto, de tocarse, que tenía que volver a la exposición con obras que de un modo u otro hubieran tocado algo significativo o fueran puntos de contacto.

Hace tiempo venía pensando en el Estado Oceánico, concepto que surge de la conversación entre Romain Rolland y S. Freud, como un estado de flujos más enredado que claro entre afectos y pensamientos, entre sensaciones internas y colectivas, entre lo que se cree y lo que se puede constatar. Algo similar al concepto de Flujo de la Conciencia usado para describir el sistema de escritura de J. Joyce y Virginia Wolff.

Lo que pasa en esas reflexiones de principios del siglo XX hace mucho sentido con lo que describo antes y con lo que me interesa para mi trabajo: cosas justas. Quiero decir, necesarias porque vienen de estados internos antes de la divergencia entre emoción e intención, o la clásica distinción de palabra y cosa y que, cuando aparecen, es como que siempre han estado ahí, sostenidas entre el cuerpo y el lugar, en un estado parecido al insomnio, a mitad de camino entre muchas cosas, nada muy definitivo pero que a veces puede llevar al abismo y otras, a la deseada levedad total.


“La putrefacción es una maravillosa forjadora, pues transmuta unos elementos en otros… no dejará de operar tales transmutaciones hasta que el cielo y la tierra se fundan en una masa vidriosa”
(A. Kirchweger, Aura Catena 1781 en el libro Alquimia y Misticismo)


Hay un momento único e invisible en todo proceso que me ha parecido siempre el más misterioso de todos: Derrida lo ejemplificó como el momento de la presión entre el impresor y lo impreso, antes de su separación; Paul Celan llamó a lo mismo “Breathturn”, el hiato entre la inspiración y la expiración. Mi trabajo sobre esta idea parte con unos pequeños bultos de arcilla que hundo durante meses en arena y agua. Al momento de ser excavados y abiertos, fotografío el resultado; luego invierto digitalmente los colores de esas fotografías, que entonces parecen remitir al cielo y las estrellas, nada más alejado del material que las originó. Lo oculto durante el largo proceso de inmersión, lo sepultado, ahora aparece como imágenes del universo y ahí todo se funde: lo micro y lo macro, lo de abajo y lo de arriba.

El texto anterior es la explicación del proceso que venía llevando antes de partir a Galápagos. Llevo ya bastante material producido de esta forma y lo que hice mientras estuve allá, fue seguir envolviendo las pequeñas cosas y restos materiales que encuentro a mi alrededor, aprovechar la humedad para marcar las superficies con que envolvía y tratar de ese modo de traer impresiones reales del tiempo allá.

Las obras, por lo tanto, serán hechos físicos clasificados según los puntos de contacto a los que remiten, expuestos como una disección o como los restos de una excavación.
Son cuatro grupos de obras que combinan papeles de cerámica, fotografías, papeles, vasijas, bultos de cerámica y telas, textiles, hojas de cuadernos, papel periódico y otros restos que de un modo u otro estuvieron presentes en el viaje.